Ciencia y Sociedad

Friday, October 20, 2006

De Shakespeare a Chespirito... y de ¿palomillas a bandas?

Conocí a los Gómez Bolaños –Roberto y Horacio- hace más de 60 años en la incipiente colonia del Valle norte, por allá de la calle Amores y Morena. Eran parte de la ¿palomilla? ¿pandilla? ¿banda? de “Los Aracuanes”.Una de las muchas que se asentaban en los barrios de aquélla época en nuestra gran urbe. Palomilla, pandilla o banda como apunta el diccionario de la real academia española del idioma no son lo mismo, aunque las hace coincidir en el punto relativo a que son un grupo de vagabundos fuente de tropelías mas serias en las bandas y menos serias en las palomillas. El reciente libro de Memorias de Roberto, alias Chespirito y la entrevista consecuente que le hizo el semanario Proceso (10-01-06) me remontó a los años idos y a una reflexión sobre el posible origen de esos grupos de adolescentes, tan intensamente territoriales y competitivos.
En mi caso la cosa empezaba desde la escuela, donde los maestros dividían el grupo precisamente en bandos, con la finalidad de estimular la competitividad y el aprendizaje; unos éramos “los Jonios” y otros “Los Dorios”. Para los campamentos y excursiones nos daban a escoger alguna de las distintas “tribus indígenas mexicanas”. Había que “ser diligentes y mejores” para sonarle a los otros. Buen truco. Eran los años previos a la II Guerra Mundial y el imperialismo yanqui, cuando todavía se enseñaba francés en las primarias.

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"...lo que hace la mano, hace la tras..."
Imagen: Steichen, E., "The Family of Man", Museum of Modern Art, NY, 1955.

Joaquín Fernández de Lizardi insinúa a las pandillas en el capítulo XVI de “El Periquillo Sarniento” (principios del siglo XIX) mientras Shakespeare –el de verdad- (William) las lleva, anexas a la estirpe de familia y en el siglo XVI, hasta los disturbios en el mercado de Verona y la conmovedora tragedia de Romeo y Julieta. El mundo de dichos grupos de jóvenes dio un gran salto tecnológico por allá de los 1950 y 1960 con la incorporación del automóvil (“Rebelde sin Causa” con James Dean) o las motocicletas (montadas por los Hell´s Angels). Era el contexto del Rock and Roll(Soul) ¿recuerdan aquella rola de “Pandilla de Cadeneros” con Jackie Wilson y Count Basie? Eran los años de la explosión demográfica juvenil de la postguerra. ¿Y bien?
¿Cómo se originaron esos grupos llamados pandillas? Quizá fueron reflejo del biologicista “imperativo territorial” en las poblaciones de escolapios cercanos a la universidad medieval que por cierto fue llamada así –universidad– no por el cultivo “universal” del conocimiento, sino por acoger entre sus paredes alumnos de muy diversas regiones y países; no solían hacer amistad entre ellos, dominando su sentido regionalista o de nación. Era un poco el concepto de la “Maison du Mexique” u otras “Maison”, que perviven en la actualidad de la universidad francesa y como también, hasta hace poco en México, eran las llamadas “Casas del Estudiante…” tal o cual, fuera juchiteco, yucateco, poblano, guerrerense o de cualquier estado o región. Era grande entre sus integrantes el sentido de la hermandad –intramuros– y el de sensibilidad
regional –extramuros–. Desconozco si hay estudios a profundidad sobre este fenómeno de las inocentes palomillas de antes, transformadas en las no tan inocentes pandillas y las temibles bandas del México de antes, como fueron “Los Nazis” de la Portales, “Los Panchitos” de Mixcoac y otros. El fenómeno de las bandas hoy, lamentablemente, ha devenido en la idea única de bandas delincuenciales ligadas al narco. No extrañe pues que en más de mil quinientas comunidades de los EUA haya treinta mil pandillas juveniles que hoy mantienen en jaque a las autoridades norteamericanas por su creciente relación con el crimen organizado.
Pero regresemos al regocijo por el libro de Memorias “Chespirito” y sus siete décadas de vida. Conviene señalar en este punto que sus personajes televisivos fueron criticados en un principio por algunos sectores de nuestra sociedad y que hoy da gusto verlos renacer en una mar de televisión infantil extranjerizante, violenta y plena de fayuca cultural cuyo acceso social a los hogares, nadie controla ya. Vale decir también que por allá de principios de los 1940 el norte de la Colonia del Valle y el sur de la Colonia Roma, las mencionadas “palomillas”, que no pandillas, mas o menos ingenuonas (José Emilio Pacheco en “Batallas en el Desierto” dixit) estaban también vinculadas a la prácticas deportiva del fut americano, el basket, el atletismo y otros. Eran aún los tiempos pre-James Dean y la angustia existencial en la juventud.
No obstante lejos de los “chavos banda” o la narcobanda de hoy, en algunas de las pandillas de ayer había ya personajes temibles, como el propio Durazo, El Macaco y otros que rondaban por el Parque Mariscal Sucre antes de que fuera descuartizado. En cambio, “El Negro” Ojeda, que es eterno, guitarreaba desde entonces en una silla, siempre la misma, de la “fuente de sodas” Selecty o la de la Farmacia Aguirre, cerca del parque citado y centro obligado del ligue. Eran muchas las palomillas en la Del Valle y la cobertura de sus correspondientes territorios –incluidas las chicas- rigurosamente respetados, concepto que, años después, ¡seguro! nos copiaron los gringos para “Amor sin Barreras”. No teníamos “Jets” ni “Sharks” pero sí Matamoscas, Rojos del Sucre, Santa Rita, Panteras, Aracuanes, Corpanchos, Mitchums (¿porqué sería?) San Rafael, Multifamiliares, San Francisco, Pelícanos y otros. Ya mayorcitos y con precaución, damitas y territorio ajeno, visitábamos El Cucú y El Colegio Club en Roma sur y la Condesa respectivamente.
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El Martirio de San Florián (S-XVI) llevado a NY (S-XX)...
Imagen: Kimball W., "Art Afterpieces", Pocket Books Inc, 1964

De la palomilla de Roberto Gómez –los Aracuanes- recuerdo, entre otros, al Capullo grande, al Capullo chico, a Kelo y Horacio Ruiz, a Chava Neri, a Rosita Uthoff –mamá de Cecilia y Eugenio Toussaint y al “Bolas” –gigantón de 1.90 de quien se decía atacaba policías en el Parque Corpancho (Xola y Av. Coyoacán) para quitarles el uniforme, gorra y arma, venderlos e irse a jugar billar en los “Joe Chamaco”, frente al Cine Moderno (calle de Mier y Pesado). Este último, gran templo a la vagancia de la época, era centro de reunión multipalomilla los sábados a la 4 y en “gallola -2º nivel- Aunque decrépito, el Moderno permanece todavía en pié y hay quien dice que en algunas noches resuenan sus muros con las rítmicas patadas que acompañaban al grito de “cácaro-cácaro-cácaro, ¡cacarizo, no seas bandido…no le cortes!”. Resulta que, para irse a casa mas temprano, el proyectista de marras, objeto del alarido pionero, tenía la costumbre de eliminar rollos, acortando el tiempo de la función pero desarticulando la secuencia visual. El Cine Moderno, “Cinema Paradiso de los que fuimos jóvenes en aquellos años, veía deambulabar también por los pasillos -y alternando con los paleteros y vendedores de golosinas- a Quintín Bulnes, los Bisogno, Ciangerotti y otros del barrio.
Por supuesto los hermanitos Gómez Bolaños destacaban en el futbol llanero; Horacio mas bronquero que Roberto y ambos ceceando sus españolismo. Creo que por eso El Chavo del Ocho se lleva bien con el Chentezorro, otro ceceador y además, este último, abusivo en el fut por su tamañote. Atesoro ejemplares de la mítica“Gaceta de la Col. del Valle y Narvarte”que, en 1952, promovía el Carnaval de la Colonia. Dirigida por C. Freymann, La Gaceta tenía colaboradores-reporteros que incluían a Roberto Gómez Bolaños “C.”(como se ponía antes, ¿qué significará?) Desde entonces Roberto escribía ya simpáticos textos en su columna, asiento del chismorreo juvenil de aquel lugar y lejano tiempo…
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¡Emisarios del Pasado!